viernes, 21 de septiembre de 2012

Mi ambición


Con 26 años y la sofocante sensación de que de aquí a los 30 me quedan tres canciones del verano, empiezo a sentir la presión de pensar en el futuro. Pero pensar de verdad. Se me pasó la adolescencia esperando mensajes indescifrables en un Nokia y los años de universidad saltándome primera y dormitando la trasnoche de los jueves. Y ahora me encuentro con que los ‘venti pocos’ me los he gastado, que empiezo a tener ‘venti muchos’ y que cuando decía aquello de ‘de mayor voy a ser…’ tenía la seguridad incontestable de que sería mayor hace ya 24 uvas y ocho cuartos.

Tengo al futuro acosándome para que empiece a construirlo y no tengo hecho ni el boceto. Sólo de pensar en hojear los días que me quedan por vivir me entra la tiritona y la angustia se me hace bola. Pero si algo me espanta más que nada es la ambición esa que dicen que hay que tener para ser un ‘Don alguien’ y que por más que me rebusco en los bolsillos no me encuentro por ningún lado.

Me abruma el tarareo constante de los planes de otros, la apabullante firmeza con que los sentencian. Llevan entre las cejas el convencimiento de cada uno de sus triunfos y en sus agendas un contrato de cifras indecentes y la decoración de un despacho propio con sillón de cuero como temas pendientes. Yo he intentado más de una vez achinar los ojos para mirar al horizonte de mi vida, a ver si encuentro en qué curva de mi destino me está esperando una casa que se mida en hectáreas y no en m2, pero por más que miro no intuyo ni el contorno..

Mucho me han bombardeado con  la importancia de apuntarse a la carrera con la meta más alta y hacerse hueco en el podio, hasta obligarme a guardar por mucho tiempo mi falta de ambición con la vergüenza de una beata con pecado inconfesable. Y resulta que ahora, después de tanto dejarme morder por el remordimiento de mis flojas pretensiones, me he dado cuenta de que al final yo también soy ambiciosa, aunque tal vez con menos ostentación de la que se espera de mí. Y lo digo sin bochorno.

Para empezar, tengo una ambición que no va corriendo detrás de una nómina a la que le sobren  ceros, sino que  más bien persigue poder hacer lo que me gusta, y si no me toca esa suerte, al menos aprender a enamorarme de lo que hago como termina por enamorarse siempre una de los hombres tenaces, sin el arrebato del flechazo pero con la segura serenidad de la costumbre.

Con todo y mi condición de mujer, reconozco que también se me ha traspapelado el deseo de arrastrar algún día  el frufrú de un velo blanco y consentir que de un hombre sólo me separe la muerte. Lo que de verdad quisiera, es ser capaz de cruzar de la pasión impaciente  de un comienzo al sosiego cómplice de los que han terminado de descubrirse del todo con la ternura intacta.

Confieso, por lo mismo, que me agotan los niños si me los prestan más de un ratito, que me da miedo sujetar un bebé por si se me rompe y que soy una firme candidata a la depresión post parto porque no imagino tedio peor que dedicar la vida a estar pendiente del próximo berrinche que llegue desde una cuna, con las ojeras crónicas y la cintura echada a perder. Sin embargo, acaso porque la contradicción me sigue cada vez que hago y requiero, en mi lista de deseos que voy a  concederme está el de ver cómo me sienta la tripa de embarazada al menos una vez en la vida y reconocerme algún día en los pliegues de las orejas de un ser humano que sea lo más mío que haya tenido nunca.

Yo que me creía vana en materia de ambiciones y ahora que he sabido identificarlas me desbordan... Entre tanta aspiración a la que aspiro me queda toda una ristra. 

Quisiera que al cabo de mi vida cuando mi cerebro arrugado de tanto vivir y pensar - y más soñar, si es posible-  haga la cuenta, sumen más los encuentros y reencuentros que las despedidas, igual que ansío aprender llorar la rabia de las desdichas hasta hartarme, para llegar serena cuando me toque volver a tratar con la felicidad. Y por supuesto, que no se me olvide tener la nostalgia siempre a mano para recordar que fui afortunada.

Pretendo con idénticas ganas hacerme vieja con los mismos con quienes fui joven, mis amigos, y con un puñado más que se me vayan enganchando en el camino y se hagan para siempre. 
Procuraré asimismo conservar con mimo de coleccionista, intacto y sin rayones, el disco de mi memoria dónde grabé la risa de fiera mansa de mi padre para que me siga sonando en los oídos con la misma nitidez que si nos riésemos juntos. Y no olvidarme en mis reposos de dejarle la puerta de mi REM abierta, para que se me siga colando en los sueños, él y todos los que me vayan faltando, y así no tener que despedirme nunca del todo.

Por último, para no ansiar con excesos  que tampoco quisiera rozar la codicia, más que vivir encumbrada, ambiciono morirme  sin que me duela, mucho menos la emoción, satisfecha y sin nada de qué arrepentirme. Que mientras exista, tenga el ánimo entrenado para despertarme cada día con el arrojo de una guerrera y rendirme cada noche a la narcosis con la paz de una bendita.

Entre tanto, para entretener el tiempo que voy consumiendo mientras sigo a mi ambición, simplemente ambiciono que no me falte nunca algo que escribir haciéndome cosquillas en la punta de la lengua.